Dios es al unico que puede darnos el verdadero poder
Y Sansón descendió a Timnat con su padre y con su madre, y llegó hasta los viñedos de Timnat; y he aquí, un león joven venía rugiendo hacia él. Y el Espíritu del Señor vino sobre él con gran poder, y lo despedazó como se despedaza un cabrito, aunque no tenía nada en su mano; pero no contó a su padre ni a su madre lo que había hecho. Jueces 14.5–6 (LBLA)
¿Alguna vez ha visto una de esas superproducciones de Hollywood acerca de la vida de Sansón? En las películas que yo he visto, Sansón siempre es un coloso humano, con una estatura imponente y fornidos brazos y piernas cuyos abultados músculos le permitirían presentarse sin problemas en cualquier competencia de físicoculturismo. ¡Su mera presencia infunde asombro y temor! Lo mismo vemos en las Biblias ilustradas. Todas las que yo he visto ilustran a Sansón como un imponente gigante que inspira terror en los filisteos que le ven.
Observe el versículo que hoy nos interesa. Sansón iba a Timnat para tomar una mujer de entre los filisteos. En el camino un joven león lo comenzó a perseguir. Entonces, nos dice el texto bíblico, «el Espíritu del Señor vino sobre él con gran poder»; el resultado fue que Sansón tomó al animal y lo despedazó usando solamente las manos. La implicación del versículo es clara: Sansón no despedazó al animal por la brutal fuerza que poseía, sino porque el Espíritu de Dios vino sobre él con gran poder. La potencia no era de Sansón, sino del Espíritu.
Si la cosa realmente era así, entonces Sansón bien podría haber sido una persona cuyo aspecto pasara totalmente desapercibido. Sus medidas no serían diferentes a las de cualquier otro ser humano, ni su musculatura superior a la de sus compañeros, pues su fuerza no venía de él, sino del Espíritu.
La manera en que lo imaginamos al juez de Israel, sin embargo, muestra lo difícil que es para nosotros aceptar que una obra sea completamente del Señor. En nuestras mentes, normalmente, el Señor bendice condiciones que ya existen en nosotros. De esta manera, el 70% del mérito es nuestro y el 30% restante lo pone el Señor.
¿Cuántas veces en la iglesia escogemos a personas por sus talentos naturales, y pedimos al Señor que bendiga aquello que ya existe en ellos? En el reino, sin embargo, opera otro principio completamente diferente. Dios escoge lo necio del mundo «para avergonzar a los sabios; y escogió Dios lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte» (1 Co 1.27). ¿No ha sido siempre así? Escogió a dos ancianos estériles para ser padres de una nación, a un esclavo para ser primer ministro del pueblo más poderoso de la tierra, a un tartamudo para representar a Israel en las negociaciones con el faraón y a unos ignorantes pescadores para ser los apóstoles de la futura iglesia. Cómo líderes, lo mejor que nos puede pasar es que nos sintamos incapaces de la tarea que tenemos por delante. ¡Solamente esto nos conducirá a una dependencia absoluta del Señor!
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