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lunes, 2 de mayo de 2011

"" DESTRUYE EL MACHITO QUE ESTA EN TI ""






Efesios 5.25–26 (RVR60)
25 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,





La autoridad que Dios nos ha entregado como cabeza del hogar, no está representada por una placa de policía que se pone en mi pecho. Esa placa pertenece al ambiente policial y no a la vida familiar. Como tampoco un delantal describe, de manera alguna, la responsabilidad de una mujer. Ese uniforme puede representar a una empleada doméstica y su mundo de trabajo en el servicio de un hogar. Tampoco la función de la esposa está representada por el uniforme de un sargento que intenta dirigir el hogar con órdenes insensibles y actitudes tiránicas.
Por supuesto, Dios entrega funciones distintas a los cónyuges porque Él mismo nos hizo diferentes. Por esta misma razón es que nos necesitamos mutuamente, porque ambos cumplimos funciones que se complementan. Sin duda que necesitamos de nuestro cónyuge. Un hombre y una mujer anhelan tener una ayuda idónea, la anhelan porque en lo profundo de su corazón desean estar completos. El hombre y la mujer anhelan precisamente aquello que es diferente, aquello que Dios creó en un ser humano de diferente sexo, porque juntos en una relación normal que se someta al estilo divino, ambos se ayudarán mutuamente y se sentirán completos.
Por lo general cuando uno habla de necesitarse mutuamente, en la mente de muchos hombres inmediatamente aparece la imagen de su necesidad de la unión sexual, pero lo cierto es que esta necesidad de unidad y de compartir la vida con otro ser humano de diferente sexo incluye mucho más que la necesidad económica o sexual.
Cuando Adán vio por primera vez a Eva, debe haber estado maravillado de las diferencias. Estar cara a cara con otro ser humano de sexo diferente y tener la posibilidad de disfrutar de aquellas diferencias, sin duda era algo que le deleitaba en gran manera. Ciertamente hubo una excitación sexual, pero no era todo lo que estaba en su mente ni esa era toda la necesidad de complemento que él tenía. Al estar juntos, esas bellas diferencias que tenían les darían la oportunidad de que las necesidades de ambos fueran satisfechas. Por supuesto que esas bellas diferencias sobrepasaban el campo físico.

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