Hablando Claro

>

MENU

jueves, 28 de julio de 2011

Soberano absoluto



1º Samuel 19.20 Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, los cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron.




Esta es una de las tantas escenas extrañas con las que nos encontramos en las Escrituras. Es extraña porque no llegamos a captar la verdadera dimensión de los acontecimientos que nos describe.
De todos modos, vale la pena una pequeña reflexión sobre los eventos que nos describe el pasaje. El odio de Saúl hacia David ya había llegado a proporciones realmente grotescas. Al menos en dos ocasiones, con su lanza, había intentado clavarlo contra la pared. Había dado órdenes claras a sus hombres de que apresaran al joven pastor de Belén, pero David siempre escapaba de ellos antes de que pudieran hacerlo. En esta ocasión, se le dio aviso a Saúl del lugar donde se encontraba David, e inmediatamente envió mensajeros para que lo trajeran de vuelta. Más el Espíritu de Dios vino sobre ellos y comenzaron a profetizar junto a los demás profetas reunidos con Samuel. Esta escena se repitió tres veces y en cada una de ellas los mensajeros fueron arrebatados por el Espíritu de Dios. Al final Saúl decidió ir en persona para buscar a David. Seguramente, a esta altura de las circunstancias el rey dominaba con dificultad la furia que le despertaba la aparente «ineptitud» de sus hombres. Cuando el rey llegó al lugar donde estaba David, junto al profeta Samuel y otros profetas, vino también sobre él el Espíritu de Dios y anduvo profetizando durante todo un día y una noche. No pudo hacer absolutamente nada para evitar la situación, ni tampoco para llevar adelante sus malvados planes contra la vida del joven israelita que tantos celos despertaba en su interior.
Nos atrevemos a hacer dos sencillas observaciones en cuanto a lo sucedido. En primer lugar, debemos notar que cada uno de los mensajeros -y el mismo rey- comenzaron a profetizar, pero esto no los convirtió en profetas. Esta observación es importante, porque hay en nosotros una marcada tendencia a confundir las obras con la persona. Creemos que cualquiera que hace las obras cuenta con el aval de Dios sobre su persona. Mas Dios puede usar al que quiera, inclusive a un asno, si fuere necesario. ¡Pero esto no convierte al asno en un consagrado siervo del Señor! Ser un ministro en la casa de Dios demanda mucho más que la habilidad de hacer cosas buenas para el Señor.
En segundo lugar, podemos observar que ningún plan del hombre prospera si Dios no lo autoriza, aun los planes de maldad. Muchas veces creemos que el enemigo anda suelto haciendo todo lo que se le viene a la mano, y nosotros no tenemos cómo defendernos contra él. Esta historia nos revela claramente que el enemigo avanza solamente hasta donde se le permite y ni un milímetro más. La autoridad de Dios se extiende aun sobre la vida de aquel que trama el mal día y noche.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario