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martes, 26 de julio de 2011

Que Importe Meditar Las Maravillas De Dios




Lucas 2.18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. 19 Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.






¿Cómo no iban los pastores a sentirse maravillados por lo que les había tocado vivir? Recordemos que estos eran hombres sencillos. 

Sus vidas transcurrían en la quietud y la soledad de los que viven al aire libre, acompañando y conduciendo a sus ovejas con el ritmo pausado propio de su oficio. Repentinamente, irrumpió sobre esta existencia pacífica una escena de proporciones dramáticas y sobrenaturales. ¡Un ángel del Señor se les apareció y la gloria de Dios se manifestó a su alrededor! El ángel calmó sus temerosos corazones y les compartió las buenas nuevas de Cristo. No había terminado de hablar cuando una multitud de huestes rodearon al ángel, proclamando las maravillas del Altísimo.

Con la sencillez de los humildes fueron al lugar que les había sido indicado y encontraron al niño Jesús exactamente donde debía estar. 

Seguramente esta segunda experiencia añadió una cuota adicional al asombro de los pastores. Podemos imaginar que, quizás, se interrumpían entre ellos para dar los detalles de lo que les había acontecido. 

Y todos los que les oían también se contagiaban del mismo sentido de maravilla que ellos.
Así es nuestra reacción frente a las manifestaciones de lo divino. Puede ser porque se nos haya concedido presenciar una visitación especial del Señor sobre la vida de una persona allegada a nosotros, o porque hemos visto al Señor tocar milagrosamente a un enfermo, o porque una persona resistente al evangelio se ha quebrado, para entregarse finalmente a la insistente invitación de Cristo. Sea cual sea esta manifestación, nos deja con una sensación de euforia y entusiasmo.

Al testimonio de la experiencia de los pastores el evangelista agrega este pequeño comentario: «Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Al comenzar con la palabra «pero» nos está ayudando a entender que la madre de Jesús había adoptado una postura que contrastaba con la de los pastores. ¿Es que ella no había experimentado ningún tipo de asombro? ¡Lo dudamos!, pues seguramente ella no cesaba de sorprenderse continuamente por la forma en que Dios estaba obrando en su vida. 

El contraste de su reacción se debe a que añadió una actitud de meditación al asombro que había vivido. Es decir, María entendía que detrás de estas increíbles manifestaciones del Altísimo, había una realidad espiritual que debía ser entendida. 

Esta comprensión le sería concedida a aquellos que estaban dispuestos a detenerse en lo vivido para dedicarle un análisis cuidadoso y atento en los lugares secretos del corazón.
Esta es una actitud de madurez digna de imitación. Más allá de nuestro entusiasmo momentáneo, Dios nos llama a meditar en los acontecimientos y las experiencias que nos tocan vivir. Es por medio de la meditación que la dimensión completa de lo vivido, en toda su riqueza y profundidad, nos será revelada.

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