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martes, 26 de abril de 2011

ESTO ES EL VERDADERO QUEBRANTAMIENTO ESPIRITUAL










Esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oir la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti, día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos. Confieso los pecados que los hijos de Israel hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés, tu siervo. Nehemías 1.6–7

El clamor de Nehemías es uno de los mejores ejemplos que tenemos en las Escrituras de lo que es la oración. En ella encontramos expresados los grandes temas que son parte de una verdadera comprensión del mundo espiritual en la que nos movemos. Sirve como modelo para nuestras propias oraciones. No obstante, si bien podemos copiar e imitar diferentes aspectos de esta oración, la verdad es que vemos en ella el corazón de un hombre que había sido quebrantado por el Espíritu de Dios, y esto no puede ser copiado.
Quisiera concentrarme en un aspecto de este quebrantamiento espiritual; tiene que ver con la confesión de pecados que hace Nehemías. Es común entre nosotros escuchar fogosas denuncias de los pecados que han cometido otros, o de los pecados que son parte de la iglesia en general. Estas denuncias van acompañadas de cierto tono de superioridad, pues los que las realizan se sienten libres de estos mismos pecados.
Este tipo de denuncia no viene del Espíritu. Cuando una persona realmente ha sido quebrantada por Dios, no habla del pecado de «ellos», sino del pecado de «nosotros». Nehemías no había vivido durante la época de extrema dureza espiritual que eventualmente produjo la invasión de Israel y el exilio de sus habitantes. Sin embargo, Nehemías ora por el pecado que «yo y la casa de mi padre» hemos cometido contra ti. El copero del rey había reconocido que la misma semilla de rebeldía y dureza de corazón que había existido en la vida de sus antepasados también se encontraba en su propio corazón.
Esta percepción espiritual del pecado es también la que tuvo Isaías cuando vio al Señor sentado en su santo templo. No exclamó: «Ay de mí, porque habito en medio de un pueblo inmundo!» Más bien exclamó: «¡Ay de mí...! siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos» (Is 6.5). La magnífica revelación de la grandeza y santidad de Dios le permitió ver que el pecado había contaminado por completo no solamente la vida de los demás, sino también la suya.
Cómo líder usted debe saber que las airadas denuncias de pecado en los demás rara vez producen cambios. Al contrario, los que las escuchan se sienten agredidos y condenados. Cuando estas mismas personas ven, sin embargo, que usted está quebrantado por el pecado en su propia vida primeramente, se sentirán también impulsados a buscar la purificación de parte de Dios. Y este tipo de quebranto es producto de estar en la presencia de Aquel que es luz y santidad.




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