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sábado, 21 de mayo de 2011

DE LA MANERA QUE JUZGUES SERAS JUZGADO



Gálatas 6.7 (RVR60)
7 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. 





2 Samuel 16.6–8 Arrojando piedras contra David y contra todos los siervos del rey David, mientras todo el pueblo y todos los hombres valientes marchaban a su derecha y a su izquierda. Simei lo maldecía diciendo: «¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y perverso! Jehová te ha dado el pago por toda la sangre de la casa de Saúl, en lugar del cual tú has reinado, y Jehová ha entregado el reino en manos de tu hijo Absalón; has sido sorprendido en tu maldad, porque eres un hombre sanguinario». 


La escena que hoy nos trae el texto bíblico ocurre en el momento en que Absalón se levantó en rebelión contra su padre David. El rey, temiendo por su vida y la de los suyos, abandonó Jerusalén y huyó al desierto. En el camino, cansado y triste, le salió al cruce este descendiente de Saúl, que lo insultaba y agredía con piedras.
Lo invito a que reflexionemos juntos, por un instante, en la interpretación que le da este hombre a los eventos que estaban sucediendo en Israel en ese momento. Con todo el rencor y la ira acumulada por la pérdida del reino, Simei proclamaba confiadamente: «Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl, en lugar del cual tú has reinado, y Jehová ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón». Seguramente su denuncia no carecía de cierta satisfacción perversa en la situación, pues Simei veía en estos eventos el pago por todo el mal que había vivido la casa de Saúl.
Lo que debe atemorizarnos es esa tremenda facilidad que poseemos de interpretar el accionar de Dios según nuestra propia conveniencia; y no solamente esto, sino tener profunda convicción de que las cosas son, en realidad, así como las estamos describiendo. Saúl mismo, con todos los delirios que había experimentado por darle la espalda a Dios, le había también dado, en su momento, esta conveniente interpretación a las circunstancias. Cuando uno de sus hombres delató el lugar donde se escondía David, había exclamado: «Dios lo ha entregado en mis manos, pues él mismo se ha encerrado al entrar en una ciudad con puertas y cerraduras» (1 S 23.7). Hacía tiempo que el Espíritu de Dios se había apartado de Saúl, pero él seguía creyendo que el Señor lo ayudaba en su afán de destruir a David.
Sabemos que en ambas situaciones la interpretación de estos dos hombres estaba completamente errada. Lo sabemos, sin embargo, porque poseemos el relato completo de la historia, junto a la interpretación de quien escribiera este libro. ¿En cuántas situaciones, donde no contamos con estos elementos, nos convencemos de estar interpretando correctamente el accionar de Dios, no sabiendo que estamos completamente equivocados? La equivocación es fácil de cometer, pues cada uno de nosotros somos arrastrados por los intereses personales de nuestra propia vida. Imaginamos que Dios está prácticamente abocado a acomodar todas las cosas solamente para nosotros.



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