Llevado, pues, José a Egipto, Potifar, un egipcio oficial del faraón, capitán de la guardia, lo compró de los ismaelitas que lo habían llevado allá. Pero Jehová estaba con José, quien llegó a ser un hombre próspero, y vivía en la casa del egipcio, su amo. Vio su amo que Jehová estaba con él, que Jehová lo hacía prosperar en todas sus empresas. Génesis 39.1–3
Es muy difícil para nosotros imaginarnos la magnitud de la calamidad que visitó a José al ser vendido por sus hermanos. El relato ocupa apenas unos versículos en la Biblia, pero las consecuencias devastadoras de semejante traición quedan escondidas. De todas maneras, es claro que el golpe debe haber afectado en lo más profundo la vida del joven israelita.
En realidad, no podía ser de otra forma. En el lapso de unas semanas lo perdió todo. Primero su libertad, al ser echado a un pozo. Luego, su dignidad, cuando fue vendido por unas monedas de plata. Al ser puesto en cadenas, perdió también su futuro y la posibilidad de escoger los caminos por los cuales transitaría. Cuando llegó a Egipto, también perdió la cultura y el idioma de su familia. Comprado por Potifar como esclavo, perdió también la posibilidad de pertenecer a una familia. ¿Quién podría sobreponerse a semejante catástrofe? ¿Cómo no hundirse en el pozo más hondo de amargura y depresión, almacenando en el corazón odio y rencor hacia los hermanos?
En el pasaje de hoy, sin embargo, encontramos a un José próspero. Su prosperidad, lo aclara bien el historiador, fue producto del respaldo, la compañía y la presencia de Jehová en su vida. Dios estaba con él. Sabemos bien que el Señor no bendice a los que albergan en su alma pensamientos de odio, rencor y venganza. El salmista pregunta: «Jehová, ¿quién habitará en tu Tabernáculo?, ¿quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia; el que habla verdad en su corazón; el que no calumnia con su lengua ni hace mal a su prójimo ni admite reproche alguno contra su vecino» (15.1–3). De manera que resulta claro que José logró sobreponerse a este duro revés que le presentó la vida.
Esta es una de las características que distingue al líder del resto del pueblo. El líder no está libre de dificultades, contratiempos, y dolores; no permite, sin embargo, que estos determinen lo que ocurre en su vida. Como observa Henry Blackaby, el autor de Mi experiencia con Dios, «líderes no son aquellas personas que están libres de la adversidad, sino aquellas que logran superar los escollos de la vida». La historia está repleta de líderes que vivieron durísimas experiencias personales. Lo que distinguió a estos hombres, sin embargo, es que usaron sus experiencias personales de fracaso y angustia para avanzar hacia cosas mayores. Fueron los escalones sobre los cuales construyeron, más adelante, sus más grandes victorias.
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