Mateo 28.20y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Hemos estado meditando en las instrucciones de Jesús a los once, de hacer discípulos de todas las naciones. Habiendo analizado la magnitud y amplitud de este encargo estamos ahora reflexionando en los pasos a seguir para su cumplimiento.
El primero requiere que aquellos que se acercan a Cristo, se identifiquen con su muerte a través de la experiencia del bautismo.
El segundo paso es el que contempla la reflexión de hoy: enseñar al discípulo.
Para nuestra mentalidad moderna hablar de enseñanza es pensar, casi automáticamente, en aulas, libros y cursos. Enseñanza es sinónimo de «clases». Debemos hacer a un lado este concepto si es que queremos entender lo que Jesús tenía en mente cuando hablaba de enseñanza.
Aunque ninguno de los discípulos había tomado cursos sobre pedagogía o técnicas de enseñanza, la metodología a seguir la habían visto claramente demostrada en la vida y ministerio del Maestro.
La enseñanza en el ministerio de Cristo vino a través de varios caminos. La más formal fue la de sus predicaciones. Un ejemplo de esto es el Sermón del Monte. Es una de las formas en que enseñamos y el énfasis del método está en la transmisión de la verdad por medio de proclamaciones públicas.
Una técnica menos formal que frecuentemente usó el Mesías, fue la del diálogo. En infinidad de situaciones surgidas de la realidad cotidiana, los discípulos le traían sus inquietudes y preguntas. Jesús entraba en diálogo con ellos y los guiaba hacia la verdad. Otra forma de enseñanza estaba relacionada con su propia experiencia como discípulos. Cristo les enviaba a hacer diferentes tareas ministeriales. Luego se tomaban el tiempo para hablar de las mismas y evaluar lo vivido. En la reflexión surgían valiosas lecciones acerca de los principios que guían un ministerio eficaz.
El método que más frecuentemente usó, sin embargo, fue el de enseñar por medio del ejemplo de su propia vida. Los discípulos, por ejemplo, le habían observado y escuchado orando. Veían algo en la calidad de su comunión con el Padre que no estaba presente en sus propias vidas; y se le acercaron y le pidieron que les enseñara a orar (Lc 11.1).
En otra ocasión, sin decir nada, les lavó los pies, dejando así la más clara lección sobre el servicio que jamás hayan recibido.
En todo esto vemos que el trabajo de enseñar pasa por muchos carriles diferentes. El maestro eficaz no puede limitar su actividad a un aula y una clase que dura cuarenta y cinco minutos.
La enseñanza es algo más amplio y profundo que esto. En este sentido, todo cristiano puede ejercer el ministerio de la enseñanza sin necesariamente poseer la habilidad para hacer una presentación formal de la verdad. Por esta razón, el llamado de enseñar a los que son discípulos, es un llamado para todo el pueblo de Dios.
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